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.-¿Acaso Bencio no querrá el bien de sus libros; (pues ahora también son suyos) y nopensará que su bien consiste precisamente en permanecer lejos de manos rapaces? -pregunté.-E1 bien de un libro consiste en ser leído.Un libro está hecho de signos que hablan deotros signos, que, a su vez, hablan de las cosas.Sin unos ojos que lo lean, un librocontiene signos que no producen conceptos.Y por tanto, es mudo.Quiz á esta bibliotecahaya nacido para salvar los libros que contiene.pero ahora vive para mantenerlossepultados.Por eso se ha convertido en pábulo de impiedad.El cillerero ha dicho quetraicionó.Lo mismo ha hecho Bencio.Ha traicionado.¡Oh, querido Adso.qué día másfeo! ¡Lleno de sangre y destrucción! Por hoy tengo bastante.Vayamos también nosotrosa completas, y después a dormir.A1 salir de la cocina encontramos a Aymaro.Nos preguntó si era cierto lo que semurmuraba: que Malaquías había propuesto a Bencio para el cargo de ayudante.Nopudimos hacer otra cosa que confirmárselo.-Este Malaquías ha hecho muchas cosas finas, hoy -dijo Aymaro con su habitual sonrisade desprecio e indulgencia-.Si hubiese justicia, el diablo vendría a llevárselo estanoche.Quinto díaCOMPLETASDonde se escucha un sermón sobre la llegada del Anticristoy Adso descubre el poder de los nombres propios.298Umberto Eco El Nombre de la RosaE1 oficio de vísperas se había celebrado en medio de la confusión, cuando aúnproseguía el interrogatorio del cillerero, y los novicios, curiosos, habían escapado alcontrol de su maestro para observar a través de ventanas y rendijas lo que estabasucediendo en la sala capitular.Ahora toda la comunidad debía rezar por el alma deSeverino.Se pensaba que el Abad les hablaría a todos y todos se preguntaban qué diría.Pero después de la ritual homilía de San Gregorio, del responso y de los tres salmosprescritos, el Abad sólo se asomó al púlpito para anunciar que aquella tarde no hablaría.Eran tantas las desgracias que habían afligido a la abadía, dijo, que ni siquiera el padrecomún podía hablarles en tono de reproche y admonición.Todos.sin excepción alguna,debían hacer un severo examen de conciencia.Pero como alguien debía hablar,proponía que la admonición viniera de quien, por ser él más anciano de todos yencontrarse ya cerca de la muerte, se hubiese visto menos envuelto en las pasionesterrenales que tantos males habían ocasionado.Por derecho de edad la palabra hubieracorrespondido a Alinardo da Grottaferrata, pero todos sabían cuán frágil era la salud delvenerable hermano.El que seguía a Alinardo, según el orden establecido por el pasoinexorable del tiempo, era Jorge.Y a él estaba cediéndole en aquel momento la palabrael Abad.Escuchamos un murmullo del lado de los asientos que solían ocupar Aymaro y los otrositalianos.Supuse que el Abad había confiado el sermón a Jorge sin consultar conAlinardo.Mi maestro me señaló por lo bajo que la de no hablar había sido una prudentedecisión del Abad: porque cualquier cosa que hubiese dicho habría sido sopesada porBernardo y los otros aviñoneses presentes.Encambio, el anciano Jorge se limitaría a alguno de sus vaticinios místicos, y losaviñoneses no le darían demasiada importancia.-Pero yo sí -añadió Guillermo-, porque no creo que Jorge haya aceptado, o quizápedido, hablar, sin un propósito muy preciso.Jorge subió al púlpito, apoyándose en alguien.Su rostro estaba iluminado por la luz deltrípode, única lámpara encendida en la nave.La luz de la llama ponía en evidencia laoscuridad que pesaba sobre sus ojos, que parecían dos agujeros negros.-Queridísimos hermanos -empezó diciendo-, y vosotros, amados huéspedes, si queréisescuchar a este pobre viejo.Los cuatro muertos que afligen a nuestra abadía (para nodecir nada de los pecados, antiguos y recientes, cometidos por los más desgraciados deentre los vivos) no deben, lo sabéis, atribuirse a los rigores de la naturaleza, que, con susritmos implacables, administra nuestra jornada en esta tierra, desde la cuna a la tumba.Quizá todos penséis que, por confusos y doloridos que os haya dejado, esta tristehistoria no alcanza a vuestras almas, porque todos, salvo uno, sois inocentes, y cuandoéste sea castigado lloraréis, sin duda, la ausencia de los desaparecidos.Pero no tendréisque defenderos de ninguna acusación ante el tribunal de Dios.Eso pensáis.¡Locos! -gritó con voz terrible-.¡Locos y temerarios! EI que ha matado soportará ante Dios lacarga de sus culpas, pero sólo porque ha aceptado ser el intermediario de los decretos deDios.Así como era preciso que alguien traicionase a Jesús para que pudiera cumplirseel misterio de la redención, y sin embargo él Señor decretó la condenación y el oprobio,para el que lo traicionó, del mismo modo alguien en estos días ha pecado trayendo299Umberto Eco El Nombre de la Rosamuerte y destrucción, ¡pero yo os digo que esta destrucción ha sido, si no querida, almenos permitida por Dios para humillación de nuestra soberbia!Calló, y su mirada vacía se dirigió a la lóbrega asamblea, como si con los ojos pudiesecaptar las emociones, mientras que de hecho eran sus oídos los que saboreaban elsilencio y la consternación que imperaban en la nave.-En esta comunidad -prosiguió-, Serpentea desde hace mucho el áspid del orgullo.Pero¿qué orgullo? ¿El orgullo del poder, en un monasterio aislado del mundo? Sin duda queno.¿El orgullo de la riqueza? Hermanos míos, antes de que resonaran en el mundoconocido los ecos de las largas querellas sobre 1a pobreza y la posesión, desde la épocade nuestro fundador, incluso habiéndolo tenido todo, no hemos tenido nada, porquenuestra única riqueza verdadera siempre ha sido la observancia de la regla, la oración yel trabajo.Pero de nuestro trabajo, del trabajo de nuestra orden y en particular deltrabajo de este monasterio, es parte, incluso esencial, el estudio y la custodia del saber.La custodia, digo, no la búsqueda, porque lo propio del saber, cosa divina, es el estarcompleto y fijado desde el comienzo en la perfección del verbo que se expresa a símismo.La custodia, digo, no la búsqueda, porque lo propio del saber, cosa humana, esel haber sido fijado y completado en los siglos que se sucedieron entre la predicación delos profetas v la interpretación de los padres de la iglesia.No hay progreso, no hayrevolución de las épocas en las vicisitudes del saber, sino, a lo sumo, permanente ysublime recapitulación.La historia humana marcha con movimiento incontenible desdela creación, a través de la redención, hacia el retorno de Cristo triunfante, que aparecerodeado de un nimbo, para juzgar a vivos y a muertos.Pero el saber divino y humano nosigue ese curso: firme como una roca inconmovible, nos permite, cuando somos capacesde escuchar su voz con humildad, seguir, y predecir, ese curso, pero sin que éste hagamella en él.Yo soy el que es, dijo el Dios de los hebreos.Yo soy el camino, la verdad yla vida, dijo Nuestro Señor.Pues bien, el saber no es otra cosa que el atónito comentariode esas dos verdades.Todo lo demás que se ha dicho fue proferido por los profetas, losevangelistas, los padres y los doctores para iluminar esas dos sentencias.Y a vecesalgún comentario pertinente se encuentra incluso en los paganos, que no las conocían, ycuyas palabras han sido retomadas por la tradición cristiana.Pero aparte de eso no haynada más que decir.Sí, en cambio, que meditar una y otra vez, que glosar, queconservar.Esta, y no otra, era y debería ser la misión de nuestra abadía, de suespléndida biblioteca
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